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Ildefonso Boizas y su profunda huella

🔴🖤 En la madrugada del martes 9 de septiembre fallecía en Zamora a los 91 años Ildefonso Boizas del Corral, empresario del sector textil y fundador de la firma Boizas. Desde su negocio, desde la Cámara de Comercio y la Asociación Zamorana de Comercio y como miembro de aquel grupo de empresarios que salvó de su desaparición al viejo Correo de Zamora, Ildefonso fue siempre un luchador para el desarrollo de esta tierra zamorana que tanto ha amado.

Las ciudades pequeñas como Zamora necesitan grandes hombres y mujeres para sobrevivir, para mantener vivo su comercio tradicional, sus oficios, la alegría de la vecindad, el compromiso de quienes desde su negocio trabajan para el común. Porque insuflar vida al pequeño comercio es dinamizar, poner en circulación un dinero que fluye por todas sus arterias.

Ildefonso Boizas del Corral, cuya vida se apagaba en la madrugada de este martes, ha sido uno de esos grandes hombres, casi el último de una generación que no escatimó esfuerzos en nada. Un soñador, un emprendedor en todo el significado de la palabra; un luchador, un trabajador incansable con una mente rápida y lúcida que ha dedicado su vida al comercio, a intentar despertar a la Zamora dormida de su letargo, a mantener vivos los pequeños negocios a pesar de las grandes superficies y las moles chinas de internet.

Un hombre hecho a sí mismo desde la infancia, forjado detrás de un mostrador, con una inteligencia admirable y una sonrisa eterna, tan generosa. Hablar con él era siempre aprender, viajar con precisión por una radiografía de la deteriorada economía zamorana y de su sociedad. Qué bien nos conocías a todos y cuántas cosas hubieses querido cambiar.

Era casi un niño como mozo en Almacenes Lozano y a los 15 años un joven dependiente alto, guapo, en García Casado, buque insignia del comercio de la época cuyo edificio aún nos habla de un negocio grandioso, próspero, de una Zamora que ya no existe, para después trabajar con el bueno de Manolo Lozano, otro referente de bonhomía en el comercio local, a quien le adquirió finalmente su negocio para fundar su propia firma, Boizas, ese edificio de siete pisos donde desemboca la Plaza Mayor en San Andrés que se ha convertido durante más de medio siglo en un indispensable del sector textil en todos sus órdenes.

Aquellos pedidos que llegaban en tren tras una larga travesía por España; los viajantes impecables del Levante; las furgonetas blancas con letras verdes donde lo mismo iban textiles que santos y vírgenes a restaurar cuando todo era más de andar por casa pero más de verdad. El terciopelo morado de la Vera Cruz, los cíngulos de lana amarilla, las facilidades nunca vistas para recuperar ese hábito noble en la tarde del Jueves Santo; el patronazgo de la Verónica de terciopelo púrpura al gremio textil, su pañuelo acariciando siempre la madrugada del Viernes Santo. Tanto trabajo callado, en la trastienda. Tanta generosidad.

Aquel grupo ilusionado de empresarios que apostó para no perder el viejo Correo de Zamora, aquellos días tan bonitos y felices que marcaron mis primeros pasos en el oficio. Paradojas de la vida, de quienes no creían en un empresariado local, nunca fue la prensa tan libre como entonces. Nunca.

Novias haciendo sus ajuares; cofrades estrenando sus túnicas; padres primerizos poniendo la habitación de sus hijos por nacer, parejas vistiendo la casa de sus sueños; gitanos guardando sus lutos y ritos, agricultores de toda la provincia en tiempos de buena cosecha; jóvenes escogiendo la toalla nueva de verano, estudiantes completando sus básicos antes de salir a hacer sus carreras. Aquellos viejos refajos, pañuelos, camisas, pijamas, sábanas, colchas; ese edificio levantado piedra a piedra con trabajo donde se encontraba lo que era imposible encontrar en otros sitios. Boizas era centro de peregrinación de todos ellos y a todos se les atendía de forma impecable. 

También ha sido esa otra familia de quienes entraban a trabajar con los Boizas y ya nunca se han ido porque estaban en casa; la amistad, la lealtad, la confianza, el cariño, también la disciplina inspirada desde arriba, el amor a lo que se hace. Esos ingredientes que no se aprenden en ninguna facultad que hacen funcionar un negocio como un engranaje perfecto.

En los ojos azules, casi transparentes de Tita, que también lleva el comercio en vena, que conocía todos sus secretos desde el negocio paterno de la calle Feria, encontró el amor y su mejor pilar. Un amor que se ha perpetuado en el tiempo, que ha sembrado miles de pasos Santa Clara arriba y abajo de casa al trabajo y del trabajo a casa. Tan guapos los dos, dibujando invisibles surcos en esta tierra que dieron fruto, Alfonso y Luis, el futuro asegurado, la continuidad, la misma lucha para resucitar la Zamora que se muere un poco cada día. Tita siempre a su lado, eterna compañera en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, que también de eso ha habido. Fuerte, firme, mano con mano para construir juntos edificio y vida, familia, legado.

Después vendría Víctor Gallego, con aquel totum revolutum de edredones en los días ya lejanos de la inauguración, aquella locura de precios de ocasión, y después Cardenal Cisneros especializada en decoración, siempre creciendo. Y también después Valladolid y León, que no se consolidaron mientras la firma, el nombre, ese Boizas que sobresale en letras blancas en sus furgonetas rojas, era ya un imprescindible del comercio zamorano, superviviente de los gigantes chinos hijos de la explotación y la mano de obra barata. Porque Boizas representa todo lo contrario: la apuesta por la calidad, por lo nacional, el comercio familiar y de cercanía; la sonrisa, el trato amable que no se vende por internet, que no se paga con dinero. La intuición, la inteligencia de saber mirar más allá.

Ildefonso Boizas deja tras de sí todo esto, una escuela de conocimiento y vida. Una estela de amor a esta tierra y su gente; el magisterio a unos hijos que han sabido continuar, mantener el negocio, que encontraron el mejor referente, la mejor enseñanza, en casa. La sonrisa del mediodía, aquellos cafés y cañas en el viejo Serafín donde nunca me daba tiempo a pagar porque siempre se adelantaba; aquel minucioso análisis de las cosas que pasaban, esa claridad que no se aprende. El cariño de verdad, el orgullo con que leía las columnas que cada sábado y domingo se asoman en el ABC. 

Con ese orgullo de haber sido una pequeña parte de tu vida y afectos; con ese mismo cariño que no necesita intermediarios, de corazón a corazón (el tuyo, Ildefonso, ha sido muy grande), la de hoy es para ti. Espero que la leas allá arriba, mientras Zamora se queda más pobre, ahora que sabes que ya todo es cielo.

Gracias por tu vida, por la profunda huella que dejas en la tierra zamorana y también en mi corazón. 

(Todo mi amor para Tita, Alfonso, Luis y quienes han construido familia bajo vuestra amorosa sombra, vuestra maravillosa luz)

Quién lo ha escrito:

Un comentario en «Ildefonso Boizas y su profunda huella»

  • precioso Ana creo que nadie puede definir mejor que tu las personas eres una crack

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