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El cielo de los Merlús

(A la memoria de Ángel Vicente Salvador, quien durante tantos años ha convocado a los hermanos a la procesión del Nazareno)

El cielo se posaba sobre Zamora esta mañana azul intenso, azul eterno. Azul como el mediodía del Viernes Santo, cuando clarea y suena un último Merlú en la iglesia de San Juan porque la procesión de Jesús Nazareno está cumplida.

Así sonaba está mañana el Merlú, roto, llamando a las puertas del cielo, por Ángel Vicente, quien durante tantos años ha convocado a los hermanos de La Congregación a la procesión de la madrugada. Nuestra querida cofradía, la más bonita, tan dentro.

Está mañana el Merlú sonaba en Zamora con el deje triste de la despedida, con el frío destemplado de la muerte, con una vida ya cumplida y una ausencia demasiado temprana. Y a los pies del Merlú de bronce que esculpió Antonio Pedrero brotaban las flores en memoria de Ángel y de todos los que como él han recorrido la ciudad en su noche más corta, despertando a los zamoranos; llamándolos a su cita de siglos en la puerta de San Juan, allá donde vivos y muertos se juntan cada año para vestir la túnica de laval y subir al Calvario.

Así lo ha hecho Ángel por más de treinta años con su inseparable Mauri, así lo hace su hijo Alberto, y Lolo, y Agustín y Alberto, y Germán, y Miguel, y Piedra, y David, y ahora Iosu, y todos los que no duermen en la madrugada del Viernes Santo, avisadores del milagro más bonito que vive Zamora, la mañana mágica del Viernes Santo.

Hoy este cielo de febrero lucía azul rabioso y abría sus puertas a un Merlú, a un hermano, a un hombre bueno, sobre todo bueno, y aún más allá de la bondad. Arriba le habrán recibido Atilano y el tío París y el Tabarés y todos los que durante siglos han roto el silencio de la madrugada para que Zamora no duerma, para que sus hombres y mujeres se echen a la calle y acompañen, desde la fila o desde la acera, al Nazareno que sube a las Tres Cruces, a la dulce Virgen de la Soledad.

Fue un placer caminar un pequeño tramo a tu lado, descubrir esa generosidad tan grande, ese espíritu de trabajar siempre en la sombra a cambio de nada, de la satisfacción de sentirte hermano todo el año, cofradía todo el año, y estar cerca de Ella, nuestra Virgen guapa, la que ya te guarda entre sus manos.

El cielo hoy vestía azul rabioso, azul de mediodía, como el azul que despide a la Soledad cuando las cruces se alzan a lo alto y Ella regresa a casa para cambiar su manto de oro por el sencillo luto del Sábado. Como el azul que acaricia el último esfuerzo de los cargadores cuando llegan al Museo y se rompen en el último baile. Como el azul que quiebra el último Merlú, cuando las puertas de San Juan se cierran y todo es ya Viernes Santo de Santo Entierro y luz y la satisfacción de una nueva procesión cumplida.

Hoy el cielo de los Merlús se ha vestido de azul. Y resuenan en nuestro corazón tus toques bajo el balcón cuando todo es oscuro y el Merlú nos detiene hasta el pulso porque es hora de ir a San Juan. Allí te esperaremos siempre, querido Ángel, porque cuando un Merlú resuena, en su sonido se perpetúa el eco eterno de quienes habéis puesto en la boquilla de la corneta y en el tambor ronco y destemplado vuestros propios latidos.

Tu último Merlú ya siempre será azul, azul cielo, como ese último Merlú en la mañana, ese Merlú luminoso del mediodía que anuncia a los zamoranos que todo está cumplido.

Gracias, Ángel, por tu vida, por tu lucha y por tu corazón tan limpio. Descansa en paz, hermano; eterno Merlú del Nazareno.

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