Domingo sin alegría y sin encuentros
Domingo de palmas, de alegría, de encuentros. Domingo de raso, de color, de incienso.
Hoy es Domingo de Ramos. Por fin. Zamora se viste y se prepara con sus mejores galas y sale a pasear en esta magnífica tarde donde reina la felicidad, pues Cristo entra triunfal por la puerta grande de la ciudad. Los niños y mayores le acompañan por sus calles más céntricas portando palmas o ramas de olivo.
Todo es alboroto, pues ha llegado el Señor para alumbrarnos a lomos de un pollino.
Un momento. ¿Eso es lo que verdaderamente ocurre?
En un Domingo cualquiera sería así, aunque Jesús igualmente vendrá hoy a visitarnos, a anunciarnos su llegada, pero recibirá nuestra cálida bienvenida de una manera muy distinta: desde casa. Sin embargo, no se molesta porque entiende la situación. Sabe que si pudiéramos, estaríamos esperándole como fieles zamoranos que acuden prestos a su cita. Y no se equivoca.
Un día más me hallo escribiendo estos sentimientos reprimidos en un documento, llenando una página en blanco de magia, de palabras que mucha gente quizás no entienda porque no sepa lo que es vivir un Domingo de Ramos en Zamora, recorriendo sus calles para ver la procesión una y otra vez, para escuchar de nuevo “Cordero de Dios” o “La Pilarica” de los instrumentos de la Banda de Música de Zamora.
Esta tarde es la última en la que la bien cercada muestra una sola procesión en sus calles. Se avecinan días fuertes, días duros, tanto para Jesucristo como para los que vivimos la Pasión de una manera extrema.
Hoy debería ser un día alegre, sin embargo, no hay diferencia de los días que ya han pasado. La situación está igual, quizás estemos más apagados porque vemos que pasan los días y no despertamos de esta pesadilla. Queremos salir y no podemos. Queremos acompañar a Cristo en su entrada triunfal y no nos dejan.
Se acercan días de sufrimiento para todos y no podremos ayudarnos. Señor, perdónanos, pues mañana serás prendido, caerás tres veces y no estaremos a tu lado.