Cántico de silencio
(Para ti, que cantas en el silencio de cada día, que me regalas tu voz en el viento)
Silencio. Sólo silencio en esta tarde, en esta noche de Lunes Santo. Escribo ya de madrugada, ahora que el Cristo de la Buena Muerte debería bendecir a su paso las calles de la ciudad.
Calles vacías, calles desiertas, calles empapadas de soledad y ausencia, de esta lluvia que cae sin pausa para decirle a Zamora que el cielo nos espera, que no habrá primavera ni sol hasta que no se abran puertas y ventanas, hasta que no sonrían de nuevo los niños en los parques, los ancianos al resol de la iglesia de Santiago sin miedo, viendo cómo pasa la vida por la calle Santa y Clara.
Escribo en esta madrugada en que el silencio se ha convertido en cántico, en grito, en proclama de la vida, de la esperanza. Ese silencio en una Plaza Mayor que debería estar atestada de gentío cuando el coro de la hermandad de la Tercera Caída y la Banda de Música de Zamora lanzasen al mundo que la muerte no es el final.
Ese silencio de una Despedida sin rosas amarillas, a puerta cerrada. Acaso Jesús no se haya despedido de su Madre por los miles de hijos que no pueden despedirse de sus padres, por tanto duelo entre cuatro paredes. Esa Despedida, esas manos que no se tocan, esos labios que no se besan, ese dolor de partir y no echar la vista atrás.
Silencio en la tarde, en la noche del cántico, la noche del agua y del fuego. Silencio. Con un Dios de rodillas en la tierra zamorana, vencido, ahora que todos somos pequeños dioses expulsados de nuestro paraíso; con una Madre con las carnes abiertas en Amargura como se abre la misma Tierra para dejar volar tantas almas enamoradas.
Escribo en esta madrugada de silencio, un silencio que retumba como un trueno, seco, profundo, en las piedras de Santa Lucía, en la ronda de Santa María, en el Arco de Doña Urraca; en una ciudad que echa de menos la oración hecha música, hecha vida, cuando Zamora es la Jerusalén del siglo XXI, cuando pasa el Dios Hombre muriéndose por la calle en plano inclinado, abandonado a los brazos de los hombres, que esta noche son los brazos de los sanitarios, de todos aquellos que hacen vigilia para guardar nuestra paz y nuestro sueño.
Zamora ha hecho del silencio la música, de este lunes de lluvias un Lunes Santo de verdad. Nunca, nunca, tuvo tanto sentido la promesa de la vida más allá de la vida. Nunca tuvo tanto peso sobre nuestros hombros la madera de la cruz.
A los que sufren, dales un final dulce de la tierra a tus manos, Cristo humano, Cristo doliente, Señor de la Buena Muerte. A los que lloran, a los que caen, a los que desfallecen, a los que no creen en este tiempo que no entiende del milagro de la fe, fuerza para levantarse; la promesa de un camino, una vida, una muerte que no es el final.
Fotos: José Luis Cabello