Las Marías se ponen guapas
Escribo estas palabras contra la madrugada, a unas horas de que el Merlú convoque a los hermanos en este primer domingo de Cuaresma a la asamblea de La Congregación y Zamora salte de la cama con su sonido como si fuese la madrugada del Viernes Santo.
La ciudad comienza a tachar los días en el calendario hacia la Semana Santa; han florecido prematuramente los almendros y los preparativos y los corazones ya se disparan para el gran milagro que sacude cada primavera esta tierra.
Como mujeres presumidas que celebran sus cincuenta, Las Marías se han puesto guapas. Hace medio siglo Hipólito Pérez Calvo las paría de sus manos a golpes de gubia, de inspiración y de oficio, haciendo de la madera carne y corazón, abrazo y consuelo. Esas manos que buscan respuestas, esas miradas que preguntan al cielo.
Así las he visto desde niña, como un navío inmenso en la madrugada del Viernes Santo, donde cabe toda la ternura que atesoran las mujeres, el paso firme tras el Hijo Nazareno en su camino al Calvario. Sólo ellas llegaron hasta el mismo pie de la Cruz, allá donde se erigió en vertical el símbolo universal del amor. Sólo Ellas.
Quizá porque siendo muy niña mis recuerdos conducen al Monte Palomares, a aquellas romerías en las que Hipólito y mi padre hacían de jurado en los concursos de dibujo para los niños. Aquellos días de alegría y hermandad, sangría, combas y el salto de las hogueras con hombres y nombres irrepetibles: Niki, Manín, Kiko, Manolo Bueno, Chele, Fernando Primo, los Fincias, Ramiro, Miguel Calles, Paco Amigo o Sigi, con Vitín a la cabeza y toda la Pedrerada hermanada con ellos; quizá por eso siempre me sentí una parte más de esas Marías de caminar rotundo que a fecha de hoy, cincuenta años después, nunca olvidan seguir invitando a mi padre a todos sus actos, algo que me emociona más que si lo hicieran conmigo.
Por todo lo vivido, por lo que Hipólito supuso en nuestra vida, por aquellos paseos en el final de su enfermedad acompañando a mi padre convaleciente, por haber llevado sobre mis hombros a su Jesús de Luz y de Vida, su hermano pequeño, hombro con hombro con nuestro Fernandico, que nos unió en el dolor para siempre, más allá de esta vida, más allá del amor. Siempre con nosotros, siempre a mi lado, amigo querido, hermano.
Unos castas, una generación, una manera de vivir y sentir la Semana Santa de la que cada vez entienden menos los que quieren saberlo todo en dos días, los que desprecian el tesoro de la religiosidad popular, los que no entienden de que a Dios y a su Madre les podamos llamar de tú a tú sin perder por ello un ápice de respeto. Hay que mamarlo, hay que llevarlo en vena, tiene que doler en las tripas. Y tiene que doler ahí debajo, en los gemelos, en los hombros, en la cintura, cojón contra cojón.
Un caminar, ese caminar poderoso que siempre se detuvo ante mí, tan pequeña en la acera, primero con Vitín, luego con Miguel y ahora con Juanjo, mientras por los respiraderos asomaban los dedos de amigos tan queridos, tan de antiguo como Isi, Berna y Paco -los Amigo de segunda generación-, y Miguel y Piti, Ramiro, Manu, Abelardo, Carlos y Choche Alejandro, Ferrín, los Riego, Mario, Félix, Buenaventura, Javi, mi Toño y el «pequeño» Mario, que ahora es un pedazo de tío, y también ahora Jorge y Borja y Diego y alguno que me deje en el tintero, con Paco Prieto siempre como coadjutor, ahora en la sonrisa de Paco y de Óscar, luciendo su pañuelo verde bajo la túnica al igual que yo llevo el mío bajo la ropa, cachorra sin pedigree ni banzo. Tantos años, tantas cosas.
Son los cachorros de Las Marías. Mis cachorrones. Los que me esperaban cada Jueves Santo de mañana en su desayuno en el Desnivel, junto al Puente, para gritar a los vientos lo «guapa que va la Dama«; los que me hubiesen dejado gustosos un hueco en la Reverencia que nos hubiese costado muchos disgustos a todos; los que acompañaba en solitario a las cuatro de la madrugada desde el Museo al que no iba nadie hasta Ramos Carrión con sus luces apagadas, bien pegadita a la madera, para escuchar su consabido cántico, que no estaba reñido con el más emocionado padrenuestro por los que le faltaban, como Javier Valbuena, que se fue tan pronto.
Nacieron casi cuando yo, casi a la vez. Hipólito las tallaba mientras yo venía al mundo. Ellas y su San Juan son cada año más grandes, más bonitas, más rotundas, con la fuerza que da la savia nueva bajo sus banzos, el relevo, la juventud, la vida.
Mientras, yo cada vez tiro más para abajo y las arrugas me van contando el tiempo en el rostro. Y no me importa; las arrugas son un maravilloso peaje que los que se han ido pronto jamás conocerán. Y cuando nosotros tampoco estemos, Ellas seguirán deslumbrando con su paso majestuoso a los zamoranos cada madrugada de Viernes Santo, cuando avancen solemnes a hombros de sus cargadores y sus pañuelos verdes se empapen de sudor, de amor y de penitencia. Sí, penitencia. Y orgullo. Y una fe que no está escrita en ningún Evangelio. Nadie, ninguno, haría una carrera por dinero. Nadie tiene que enseñarles nada.
Las Marías se han puesto guapas y el sol amanecerá este año para verlas llegando a las Tres Cruces, para acariciarlas con la primera luz, para contemplar medio siglo de historia. Apenas medio siglo sin el que ya sería imposible imaginar la madrugada mágica del Viernes Santo en Zamora.
Gracias, Hipólito, por transferir tu corazón a la madera. Y a vosotros, cachorrones, gracias por el esfuerzo y la pasión, por guiar sus pasos en la calle y ofrecer vuestros hombros como camino mientras Zamora se despereza y sueña despierta en la madrugada del Merlú y de Thalberg, de las sopas, la Reverencia y las garrapiñadas.
Por convertirlas en mujeres de carne y hueso esa madrugada en que los muertos regresan a sus túnicas y a sus cruces, a los banzos, a la acera, y nos dan la mano para enseñarnos a caminar por la vida.
Feliz cumpleaños. Os quiero. Sois para siempre parte mía. ♥️
Fotos: Toño Martín/Ana Pedrero
Cartel: Roberto Riego
Gracias Ana por saber describir tan bien lo que tantos sentimos, gracias por tener presente a Manin. Se que su sucesor pone al menos la misma emoción e ilusión que el ponía.
Un abrazo a para todos los que este año estamos de aniversario.
Eva.