El dolor del mundo
Regreso ahora del huerto de la iglesia abacial del Espíritu Santo. Son las diez y la luna está en lo alto. Es la hora en la que deberían estar congregándose los hermanos que visten de lana blanca, luz y hábito monacal la noche del Viernes de Dolores.
En el rastro del aire, el eco del Crux Fidelis y del Christus Factus del maestro Manzano interpretado por apenas nueve voces de puertas adentro a los pies del Cristo del Espíritu Santo evoca la soledad de los olivos, esta sensación de vacío en el estómago, una Catedral sin plegarias ni cánticos en esta noche, unas calles desiertas por las que ya sólo corre el aire y el silencio. En el huerto ya se impone la primavera.
Quizá era necesario este viaje al interior del hombre para descubrir la presencia de Dios sobre todas las cosas. Quizá era necesario este dolor del mundo, esta sensación de pequeñez ante lo invisible, para mirar de tú a Tú al Crucificado, para creernos hombres en vez de dioses.
Fotos: Rubén Sánchez
Fotos: Ana Pedrero