La Zamora Santa que nadie os ha contado
Hay una Semana Santa que es santa de verdad, que hace santa a Zamora los 365 días del año; una Semana Santa sin ruidos y sin estridencias, de puertas a adentro, cocinada con mucho amor durante generaciones. Una Semana Santa que se vive desde un sentimiento colectivo de hermandad, de pueblo, que trasciende incluso la propia fe.
Hay en Zamora una Semana Santa que nadie le ha contado al mundo, más interesado en las disputas humanas que en las cosas divinas o espirituales, en la exhibición impúdica por internet que en las cosas que se viven en intimidad, hacia uno mismo. Hay miles de corazones que laten bajo las túnicas y en las aceras que se escuchan si cierras los ojos.
Hay una ciudad que en la madrugada del Viernes Santo permanece en pie y espera con el alma en vilo la llamada del Merlú convocando a vivos y muertos a la procesión del Nazareno, la más bonita, para subir al Calvario. Una ciudad que contiene la respiración en la noche del Jueves Santo mientras los hombres cantan el Miserere al paso de Jesús Yacente y es posible cortar con un cuchillo el silencio; un silencio de miles de decibelios entre decenas de miles de almas.
Nadie le ha contado al mundo que entre el tumulto del gentío el tiempo se detiene cuando asoma la Virgen de la Soledad por la puerta de San Juan y Zamora entera cabe entre sus manos o que las estrechas rúas se ensanchan para que pase por ellas el Cristo de las Injurias con sus brazos sujetando el mundo. Que una madre que ha parido a su hijo con dolor llora cuando ve a Nuestra Madre con su Hijo muerto en brazos.

Nadie os ha contado que una marcha fúnebre puede una balada de amor, la más bella despedida a un cargador en una mañana de Navidad. Que en la Plaza Mayor el Lunes Santo la muerte no es el final de la vida. O que hace apenas unos días, cuando se nos moría Miguel Martín -quien fue director de TVE– en Madrid, su hijo le ponía la Marcha de Thalberg en el hospital porque, después de haber viajado por el mundo entero, era su música, su himno, la llamada de la tierra a la que amaba.

Nadie le ha contado al mundo la ilusión con que los niños se prueban su primera túnica, el orgullo de sentirlos crecer bajando dos dedos de dobladillo cada año, la gravedad y la alegría de la primera procesión, la emoción de los padres y de las madres que llevan de la mano o en brazos a sus pequeños como una prolongación de sí mismos. Será que en este siglo XXI no vende el silencio bajo el caperuz, las lágrimas de los que se agarran a la madera bajo el paso y en unos instantes mágicos se hacen hermanos de verdad, por mucho que les separe ahí fuera. Eso os lo juro.
Porque ahí, bajo el paso, también en mi paso, llevamos a un Jesús vivo hasta el cementerio a prometer la vida, a honrar a los que amamos y creyeron, y lloramos de verdad; ahí, bajo el paso, hombres y mujeres ponen sus hombros para que pisen sobre ellos Cristo y su Madre y los sienten vivos y así los ofrecen sobre sus cabezas a una ciudad que los espera expectantes en las aceras. Y eso es más que un espectáculo, más que una tradición, más que turismo, más que un credo. Ese es el misterio.
Nadie os ha explicado algo que no puede explicarse, que hace que el pueblo zamorano haya sostenido a lo largo de los siglos una celebración que, como todo conglomerado humano, también tiene sus desencuentros, pero que es más fuerte que nosotros, que nos sobrevivirá cuando nosotros no estemos, es nuestra herencia y será nuestro legado.
Nadie os ha contado que los niños en Zamora juegan a las procesiones; que la primera catequesis y el primer templo es la calle; que la Semana Santa es un conjunto de olores y sabores, de luces y sombras, de días y noches que transforman a esta ciudad pequeñita, que la resucita por unos días y abre sus brazos a los que llegan. Quizá ese sea el gran milagro, el de devolver a la vida a una tierra tan olvidada, tan dejada de la mano de Dios y de los hombres.
Esa Semana Santa desde dentro, sin estridencias, no vende, no es noticia nacional, pero esa es su fuerza, su empuje, su grandeza. Esas cosas que no se ven, que ya no se cuentan, son las que nosotros os contamos cada año. Porque somos legión quienes así lo sentimos y lo vivimos.
Nadie os ha contado que esas cosas, esos pequeños detalles que no se venden, esa ilusión, ese silencio, esas lágrimas, esa conjunción de vivos y muertos en la ciudad, son los que hacen una Zamora santa de verdad en un tiempo que ya no entiende de milagros.

Precioso y verdadero lo escrito por este monstruo de niña.Ana eres única te queremos tanto……
Sinceramente PRECiOSO . Felicidades
Absolutamente sincera y espectacular Ana, como siempre. Un abrazo enorme!!!
Maravillosa realidad…
Estupendo, Ana, emocionante, conmovedor y tan cierto como real.
Un abrazo
Genial, Ana, puro sentimiento que brota del alma. Esta es la Semana Santa que muchos vivimos y que tú tan bien has expresado.
Enhorabuena hermana lo has clavado, un abrazo
Enhorabuena hermana lo has clavado, un abrazo y con tu permiso voy a compartir
Amén
Ay Anita…… Que bien has expresado lo que sentimos muchos zamoranos…. Es un orgullo haber compartido banzo contigo hermana….. Grandes palabras.
Yo no la he vivido nunca. Espero poder hacerlo este año por primera vez.
Pero algo ya intuyo por lo que me cuenta la familia que tengo allí.
Este artículo ayuda a entender su verdadera esencia.
Me ha encantado.
Ana enorme. Esto que tu haces es Semana Santa. No lo que se está haciendo ahora
Como vallisoletano y como amante de la Semana Santa espeñola sin apellidos te agredezco tu magnífico artículo cargado de razón y de amor a la Semana Santa.
Un artículo que puede ser estrapolado a cualquier Semana Santa de España.
Gracias Ana por tus palabras y por tu compromiso
Preciosa descripción, desde lo más profundo del alma, así debe ser la Semana Santa, gracias por compartir tus sentimientos