Velando almas y plegarias
El reloj de San Ildefonso acaba de dar las once. Ha llegado el día, la noche. Esta noche de velar almas y plegarias, esta víspera de que el Nazareno tome la cruz, pase el puente y suba a la ciudad a revelarnos junto a las viejas piedras el misterio de la muerte, la promesa de la resurrección.
Llueve tras los cristales como en la canción de Serrat, pero hoy Zamora no ha mirado al cielo ni ha querido espantar las nubes ni se ha preguntado si lloverá mañana. Quizá tampoco espere esta noche el regreso de los muertos a esta ciudad donde ahora vivimos al otro lado de las puertas y de las ventanas, entre cuatro paredes.
Llueve en esta noche anodina y primera de abril, en este tiempo irreal que es una bofetada de realidad a dos manos. Llueve mansamente, en silencio, mojando el vacío de las calles, el silencio de esta noche tan distinta, esta noche que no culmina la cuenta atrás en el calendario, esta noche en que Zamora vela armas y enciende almas como una novia en capilla. Y echo de menos el chelo de Jaime inundando la plaza, ese runrún de reencuentro y abrazos, el pellizco en el estómago, el latido disparado que traía siempre esta noche hasta que todo lo calmaba la madrugada.
Ha llegado el día. Mañana el Duero será un Vía Crucis de agua, un invisible camino a la cruz por las callejuelas del alma. Quizá esta noche, cuando todos durmamos, el Nazareno tome su Cruz y eche el pie al frente, sin mirar atrás, como un torero cuando pisa la arena. Quizá pase ante nuestras fachadas con su pie descalzo y coronado de espinas cuando nadie lo veamos, sin anunciarse.
Con las puertas cerradas y el corazón abierto lo esperamos. Con el silencio como rezo y el corazón como templo. Con la esperanza apostada en los balcones y el cielo lleno de estrellas nuevas. Será distinto. Pero será Semana Santa.
Ya estamos. Ya es.
(Foto portada: Paco Vicario)
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