Ya estáis juntos
A José Ignacio Primo, in memoriam
Nos enseñaste la poesía y el compás, el alma del flamenco, ese continuo fluir de sur a norte y de norte a sur por la Vía de la Plata, los cantes de ida y vuelta de mi Cádi, el quejío, la hondura, la triste muerte de Isabelita de Jerez tierra adentro, en esta Zamora que le prestó casi sin querer el último abrazo y la mortaja.
Nos enseñaste a encontrar los versos de tu amigo Claudio en el Duero y junto a sus orillas brindábamos por la vida cada 22 de julio con el vino de Toro en las copas, la comida primero de Magdalena la del Chulo y luego de Visi sobre los manteles y el eco de las panderetas de las Águedas de San Lázaro en el aire.
Tanto nos querías, tanto la querías, que cada cinco de febrero bajabas a la iglesia y nos ayudabas a tirar los cohetes y luego nos veías perdernos por la cuesta de La Morana y nos dejabas hacer por las calles y cada encuentro era una alegría, como si nunca nos hubiésemos visto. Así la mirabas.
Guapo, racial, tan entendido, sabio y cabal, tan puro; el más payo de los gitanos, el más gitano de los payos, la sonrisa generosa, la profundidad en la mirada, el hablar pausado, ese entender la vida como un río que fluye, sin dolor y sin prisas, don de claridad hasta el último minuto, anoche, cuando Zamora era crepúsculo y verano, como aquellas noches de flamenco, relente y madrugada junto a la Catedral, en la Puerta del Obispo, donde los más grandes se partían la camisa y la garganta contra la piedra, siempre de tu mano. Ese festival que ya debería llevar tu nombre.
Paisaje humano desde mi infancia, querencia, corazón, en la vida y en las aulas, en casa, en la sólida fraternidad con mis padres desde los días de la gran Ursicina, La Golondrina y la casa de Lope de Vega donde nació el mayor de mis hermanos, donde también yo abrí los ojos a la luz primera.
Amigo, maestro siempre, honesto, humilde; con la patilla larga y la camisa estampada y desabotonada en el pecho y el pañuelito de seda, tan flamenco, que había veces que Fernandico parecía más hijo tuyo que de Fernando, también profesor, también maestro, hermano, también amigo, que nos enseñó a descubrir a Tundidor en el surco, en el adobe en los felices días del Haedo. Ver con el alma, vivir con los cinco sentidos en la piel, como hace Teo. Cuántas lecciones dentro y fuera de las aulas!
Presencia imborrable desde mis primeros recuerdos en la barra del Rejo, aquel casta indómito, devoto de Mairena y Caracol; donde Lili, en aquellas preciosas casetas de El Castillo que diseñó mi padre. Qué lejos ya aquellos San Pedros que parísteis a golpes de corazón y sin apenas dinero la inigualable comisión del 71, que le devolvió a esta ciudad la cultura del barro, el sudor de los hortelanos, la bravura de los toros; que pintaron de pólvora de colores la noche, el cielo de junio.
Tanto la querías, que cuando ella se olvidó de quién era, tú no la olvidaste y la acompañaste en su travesía por la desmemoria repitiendo los ritos y lugares entre Santa Cristina y Zamora; la casa, la huerta, el vinito, la tapa: Herreros, el Viriato, la cervecería; la compañía eterna de Pilar y Andrés, de Pichi y Elisa, de Juan Carlos, de vuestro ángel de la guarda de invisibles alas, vuestra hija Isabel, tan preciosa de carcasa como de alma, compendio perfecto del amor, amor puro en vena.
Allí, en el paraíso inalcanble de los bohemios, los flamencos y los sabios; a mano izquierda según se va al cielo, te esperan Chocolate y Camarón, y Chaquetón y Terremoto, y el Fosforito y el Morao, y las de Utrera y Mariana y Chano, con el misterio, la llave del cante grande que siempre estuvo en tus manos limpias, abiertas, siempre dispuestas al abrazo.
Nos enseñaste la poesía, el flamenco, la alegría de la vida, también a mirar a los ojos a la enfermedad. Y tanto la querías, que anoche cruzaste al otro lado para volver a verla, para seguir haciendo camino juntos y eternos, dejando esta Zamora tan vacía, tan triste, tan pobre. Los hombres como tú no deberían morirse por ley.
Ya estáis juntos. Feli y José Ignacio, siempre juntos, siempre al lado, una sola cosa, un solo corazón, en este primer surco de la mañana que hoy es tu cuerpo, esta pena de la tierra que ya no tiene quien le escriba, quien le enseñe, quien le cante.
Salud y libertad en tu viaje, amigo, querido maestro. Sea leve la eternidad
(Con todo mi amor para la familia Primo, a la que quiero como si fuese parte de la mía)
Foto portada: José Ignacio, Feli e Isabel, por Juan Carlos Benéitez
Fotos: cedidas por Fernando Primo, Santiago Ruiz y Félix Rodríguez y archivo Ana Pedrero
Me entero que tenía otro hermano Angel, el mayor, que vivía en Salamanca, me lo recuerda su cuñado Paco Ramos Guerreira. Hermano que no se asocia a ellos
Cuanto me enseñastes maestro, cuanto. Hoy he tomado como acti te gustaba unas manzanillas en Cádiz, se que te gustará maestro.
Ana te sigo y presto atencion a tus escritos, pero hoy me has emocionado desmedidamente, sinceramente GRACIAS, en mi vida zamorana le conoci y trate sobro todo a TEO, LIBERTAD. un abrazo y gracias
Hermosas palabras que llegan al alma,hoy se me agolpan en el corazón tantos recuerdos los paseos por Santa Cristina,tu huerta,el sonido del motor cuando estabas regando,los paseos por la estacada con Feli,esa sonrisa… cuánto vacío dejas Jose,como te llamábamos en tu querido pueblo,hoy me siento triste,pero agradecida.Feli,Jose allá donde estéis habrá cante y poesía.
Maravilloso artículo, Ana. Tanta sensibilidad en tan poco espacio, es muy difícil de encontrar hoy en día.
Muchos recuerdos en mi memoria, de aquellos seis años de profesor en el Haedo: charlas, cafés, risas, cultura,… Y el compás cadencioso de José Ignacio, como no.
Fui muy feliz y, tu artículo, me ha hecho recordar y rememorar muchas cosas.
Gracias.