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Crónica de la romería que no fue

El año 2020 quedará escrito en la Historia como el año en que un virus detuvo el mundo. Zamora vivía ayer un Lunes de Pentecostés distinto. Un lunes sin las calles perfumadas de tomillo y cantueso, sin la algabaría de centenares de músicos de la Escuela de Folclore y miles de romeros acompañando a la Patrona de Zamora, la Virgen de La Concha, en su tradición mal romería al vecino pueblo de La Hiniesta.

Aunque algunos zamoranos acudieron en bici a la localidad a primera hora de la mañana y también por la tarde en coche a ver a la pequeña imagen de la Virgen de La Hiniesta, expuesta en sus andas de forma extraordinaria en la impresionante iglesia de Santa María la Real, Hostelería en Zamora cumplió el camino a pie como mandan los cánones, efectuando las correspondientes paradas y ritos que realiza la cofradía de Nuestra Señora de San Antolín.

En el camino, paralelo a la carretera que une Zamora con La Hiniesta, tan solo nos cruzamos con una niña en bicicleta a la que acompañaba su madre andando.

Cuando se cumplían 730 años de la romería a La Hiniesta, esta peregrinación solitaria no quedará en las crónicas, pero sí constituye un documento inédito en la historia de la cofradía, con los campos y las calles del pueblo desiertas, con las iglesias cerradas y el silencio posándose sobre todas las cosas.

Silencio en San Antolín, la casa de la Virgen, con misa solemne de aforo reducido en San Vicente. Allí los zamoranos entonaron la Salve mientras los profesores de la Escuela de Folclore interpretaban la melodía de la cofradía.

Silencio en San Lázaro y en la Cruz del Sancho. Silencio en Bolsillones con una breve parada para un refresco y una Salve solitaria en el Teso de la Salve, sin pendones ni venias de bienvenida, sin el repicar gozoso de las campanas, sin autoridades ni niños de comunión, sin dos pueblos que se hermanan a través de los siglos.

Antes de salir de la ciudad, el obligado rezo ante la Patrona de Zamora. Ya en La Hiniesta, visita a su pequeña Virgen, Patrona de la Tierra del Pan, y reencuentro con algunos de sus vecinos, sin besos ni abrazos. Los hiniestinos llevaban sobre el pecho la medalla de cordón verde de su Virgen.

Silencio en Valderrey, ya a la vuelta; soledad en los pinos del bosque de Valorio y en la ermita de los Remedios, para culminar en una Plaza de San Antolín vacía, ya con la noche encima, que echaba de menos a su más ilustre vecina y a miles de romeros despidiendo a su Virgen.

Como el Niño se quedó en casa con la Madre, en recuerdo de este camino tan distinto, a las puertas de San Vicente quedaba depositado un ramo de espigas. Simbólicamente, quedaba constancia de que alguien salió a robarlas para poder ponerlas en sus manos.

En la medalla con la concha grabada sobre el pecho iba el corazón y la devoción de una ciudad entera.

(Nota: Este reportaje se ha realizado manteniendo todas las precauciones y medidas de seguridad y distancia, sin quebrantar ninguna de las normas impuestas en este tiempo excepcional)

Fotos: Ana Pedrero

Quién lo ha escrito:

Un comentario en «Crónica de la romería que no fue»

  • ¿Y si de cuatro en cuatro hubiéramos hecho el camino? Sólo es una reflexión.

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