Ana PedreroEspecialesOpiniónSemana SantaTradiciones

Un pañuelo verde en el cielo

(A la memoria de Juanjo Ferrero, jefe de paso de Las Tres Marías y San Juan y querido amigo)

Hay un pañuelo verde en el cielo. Un pañuelo verde en un cielo azul como sus ojos; eterno, inmenso como su sonrisa y su abrazo generoso.

Quizá ayer a la hora del mediodía sonase el Merlú en Zamora y Juanjo se pusiese la túnica de laval negro y el pañuelo verde para la última procesión. Quizá ese Merlú convocasen a la madrugada en el cielo, como fuesen las cuatro y Las Marías estuviesen saliendo del museo camino de la Plaza, o detenidas por Ramos Carrión (Redención delante, y más delante La Caída y el Cinco de Copas asomando por la puerta; y el Nazareno, el Chulín, mi hermano pequeño, justo detrás, y más atrás La Verónica con sus tulipas encendidas y su pañuelo danzando en el viento). Yo no sé cómo se recibe a un jefe de paso ahí arriba, pero sí sé que en la tierra zamorana no hay nada más hermoso que ser hermano y cargador en La Mañana.

Quizá Zamora soñaba un Viernes Santo en el día de Nochebuena. Porque en Nochebuena, en Navidad, nadie debería morirse, no debería haber procesiones ni siquiera en el cielo.

Aquí somos así. No hay pandemia, ni prohibición ni silencio ni diciembre que nos quite cerrar los ojos y soñar y escuchar Thalberg en la puerta de San Juan, o subir a Las Tres Cruces cuando clarea el día, o correr hacia el Museo ya con el sol en lo alto para verlos venir por Corral Pintado como un inmenso navío de madera y alma mientras suena La Saeta.

Y Juanjo al frente, tan orgulloso y humilde a la vez, sin postureos, con y en su gente, guiando por las calles a las Marías que un día asentaron sus pies sobre sus hombros. Hombro con hombro, cojón contra cojón, desde la madrugada hasta el mediodía, vistiendo la mañana del amor de las mujeres, del consuelo del discípulo, madera que habla por la boca, por la gubia, por la mano de Hipólito.

Quizá te esperaban allá arriba para hacer romerías en Palomares los que fueron alma y pulso del paso, los castas que conforman el paisaje de mi infancia, tantos lazos con los de mi sangre: Niki, Kiko, Vitín, Miguel Calles, mi Fernandico, Paco Prieto…los que siempre detenían su andar elegante cuando veían mi melena rubia aún en quinta fila y clavaban los pies mientras mis ojos chispeaban pura emoción. Cuántos nos faltan ya!

Nombres que dan vida a mis primeros recuerdos, a la Semana Santa según el evangelio del pueblo: los Fincias, los Amigo, Ramiro, Manolo Bueno, Fernando Primo o Sigi, con Chele o Miguel al frente. La tropa buena con la que hiciste la instrucción hasta graduarte con honores mirándolas de frente, abriéndoles el camino entre el gentío en la madrugada más mágica del año. Hoy sois el relevo de esos hombres excepcionales, irrepetibles. Oído! Estamos?

Hay un pañuelo verde en el cielo. Un pañuelo verde que abraza las gargantas de los cargadores hoy tan huérfanosy pinta de esperanza cada día. Porque a pesar de todo has luchado, has ganado a pulso desde tu espíritu y tu alegría cada hora, cada minuto desde que la maldita enfermedad vino a ensañarse en tu cuerpo. Un pañuelo verde como el que guardo en mi cajón como un tesoro, aquel regalo que me hiciste por «cachorrona», por nuestros ratos de amistad, de brindis, de ver, sentir y vivir la Semana Santa de la misma manera, en la misma escuela. Por tantas cosas, por tantos años, por tanta vida. Porque me considerabas una de los tuyos. Porque eras uno de los míos.

Hay un pañuelo verde en el cielo y un puñado de hombres desolados en la tierra. Tus chicos, tus hermanos, tus cachorros. En esta noche de luz en la que escribo hay un dolor muy profundo en mi alma, como en aquella otra noche en que Celina y tú enjugásteis mis lágrimas y acompañásteis mi soledad. Hoy el amanecer será triste.

Y es ahora la Soledad, esa Soledad dulce, madre de todas las soledades, la que despliega su manto sobre tu alma, la que guarda Zamora entre sus manos y nos acaricia. Ahora ya estáis juntos los amigos; sé libre al fin en tu vuelo.

Hay un pañuelo verde en el cielo. Hay un cachorro jefe de cachorros a punto de levantar el paso. Abrid las puertas, que le están esperando.

Te quiero siempre, Juanjo. Siempre, tu cachorrona.

(Todo mi amor, Celina, Jorge y Juanjo. Mi abrazo a esa otra familia que se forja bajo el banzo y es más fuerte que la sangre. Mis cachorros queridos)

Quién lo ha escrito:

Un comentario en «Un pañuelo verde en el cielo»

  • Ana cómo Cachorro de esa gran familia del pañuelo verde y desde la distancia no puedo más que agradecerte tus hermosas palabras.
    Gracias mil desde El Masnou ( Barcelona)

    Respuesta

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